domingo, 30 de septiembre de 2012

Caminar como un Cojo


“Es mejor cojear por el camino que avanzar a grandes pasos fuera de él. Pues quien cojea en el camino, aunque avance poco, se acerca a la meta, mientras que el va fuera de él, cuanto más corre, más se aleja”.

            Esta cita de San Agustín ilumina lo que es el peregrinar del creyente en un mundo hostil que reniega de Dios, que le ha echado de la escuela, que ha declarado tabú pronunciar su nombre en público y que ha recluido su recuerdo a los claustros de los conventos, al ámbito de iglesias y capillas y a la intimidad de la familia.

            La ciencia atea ha intentado muchas veces presentar el cristianismo como un mito levantado sobre la figura de un hombre que nunca vivió. Hasta comienzos del siglo XX, incluso, se podían encontrar en las librerías obras con títulos como “Jesucristo nunca ha existido”. Pero son tantas y tan contundentes las pruebas históricas y arqueológicas del paso de Jesús entre nosotros, que hoy sólo un puñado de fanáticos irrecuperables se atrevería a sostener sus tesis en un foro público.

            Así es que, ya que no pueden derribar el pilar sobre el que se sostiene el edificio de la fe  cristiana, tratan de socavarlo por sus flancos más débiles. Jacinto Benavente escribió que lo peor que hacen los malos es hacer dudar de los buenos. El mal también tiene su lógica, sabe argumentar y mostrar su mercancía adulterada sobre vitrinas y escaparates llenos de adornos y oropeles fabulosos, luces encandiladoras que  hacen que la atención no se fije sobre el estiércol nauseabundo que quieren vendernos, sino sobre  el ruido hipnotizador con que tratan de desarmar nuestra voluntad de hombres de fe y colocarnos sus doctrinas perversas como si fueran verdades indiscutibles.

            Lo que nos vienen a decir es algo como esto: “Estamos de acuerdo con que Cristo estuvo por la tierra hace unos dos mil años. Pero el Jesús que predica la Iglesia no es el hombre que existió de verdad”. Por eso cada pocos años surgen polémicas salidas de las factorías del ateísmo militante como lo de la esposa de Jesús, anteriormente fue sobre una supuesta tumba de nuestro Señor, y un poco más atrás fue lo del evangelio de Judas. El demonio no coge vacaciones nunca y siempre está enredando y lo mismo utiliza al Canal de Historial, al National Geografic o a una profesora de Harvard para que, en un estilo docto y muy solemne, nos suelten una completa idiotez.

            Lo del trozo de pergamino con lo de la esposa de Jesús podía haber salido de un chiste del club de la comedia. El papelito de marras se calcula que fue escrito en el siglo cuarto, es decir, unos trescientos cincuenta años después de la muerte y resurrección de Cristo. Es como si dentro de tres siglos alguien escribiera de su puño y letra que Barack Obama en realidad no era negro, sino rubio albino, y enterrara ese documento  en el jardín de casa para que dentro de unos siglos un arqueólogo del futuro lo desenterrase, y construyese la hipótesis histórica de que el presidente Obama jamás fue un afroamericano sino un tipo de pelo blanco y piel albina que siempre llevaba gafas de sol.

            Cualquier charlatán de medio pelo escribe hoy una novela delirante sobre los secretos que oculta la Iglesia que, de saberse, cambiarían el curso de la historia. Por eso abundan tantas historias y películas donde siempre hay catedrales con pasadizos secretos que conducen, a través del espacio y del tiempo, a  lugares prohibidos donde sectas milenarias cuyas cabezas pensantes están dirigidas por  religiosos siniestros que custodian secretos  por el que son capaces de matar con tal de no ser revelados.

            La sociedad actual ha logrado que traguemos con fenómenos objetivamente perversos como el divorcio, el aborto, la eutanasia, la experimentación embrionaria o las uniones entre personas del mismo sexo. Ha conseguido que la opinión pública simpatice con estas realidades y además que declare como enemigos del progreso a todos los que se oponen a ellas. La primera de la lista es la Iglesia.


            Mientras ella sigua siendo la voz que clama en el desierto, mientras siga proclamando que las verdades del Evangelio continúen teniendo tanta vigencia como hace dos mil años, mientras persista en condenar la cultura de la muerte que aborta cada año a millones de inocentes, mientras siga señalando que la eutanasia es la suplantación de la voluntad de Dios, mientras insista que el divorcio y el sexo utilitario y sin compromiso son soluciones equivocadas, la Iglesia seguirá estando en el punto de mira de cuantos están interesados en silenciar su voz y amordazar su voluntad. La fiesta atea debe continuar y hay que echar del baile al que sigue empeñando en gritar que el rey sigue desnudo.

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