Pero sólo de los comentaristas
dañinos. De los que no saben de nada y hablan de todo. De los polemistas
profesionales que han estudiado en las cátedras de la telebasura y se pasean
por todos los foros católicos hablando de teología sin saber el Padrenuestro ni haber asistido a ninguna
misa. Líbranos de los polemistas que se comportan como francotiradores de la
cultura de la muerte y van lanzando sus pedradas allí donde la gente buena
busca consuelo e ilusiones. Líbranos de los predicadores del odio que queman la
yerba por donde pisan, confunden a los débiles y desaniman a los pusilánimes.
Líbranos de los que sólo buscan que la buena gente pierda la fe, abandone la
esperanza y renuncia a la caridad.
Pero
de los comentaristas honestos, dánoslos con el pan de cada día. Bendícenos con
su compañía, con la palmada que nos dan en la espalda cuando tenemos el ánimo
débil y la voluntad de abandonar. Llénanos los blogs con su palabra fresca y la
bondad del corazón. Para todos ellos siempre hay una silla vacía en la mesa y
un hueco en nuestra vida.
Y
para los comentaristas incendiarios también, porque así lo quiere Jesús.
Siempre que dejen en la puerta sus armas de guerra y sepan hablarle a los que discrepan
sin necesidad de escupirles en la cara.
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