La foto que ilustra este post es
una hermosa catequesis sobre la fe. Vemos en ella a dos caminantes, cogidos de
la mano, que avanzan hacia la llamada de una cruz.
El
primer elemento en el que debemos fijarnos es en la pared en que descansa el
crucifijo. Es un tabique desnudo que recuerda la pobreza digna de las celdas de
los monasterios. Y evoca también la
indigencia del pesebre, la austeridad de la casa de Nazaret, las fatigas
pasadas por Jesús en los cuarenta días de ayuno en el desierto. Nos habla del
mandato de ir por el mundo anunciando la buena noticia sin cargar con la
alforja, sin dos túnicas ni llevar bastón. Y además ese mural desolado actúa
como soporte de la cruz que aparece llenando la imagen.
Esa
economía de medios no es arbitraria. Si el muro estuviese clavado con otros
adornos se solaparían con la misma cruz. Sería como dejar un jarrón lleno de
rosas en la inmensidad del Amazonas. En primer plano contemplamos a dos
peregrinos que se han puesto en marcha. Es la Iglesia errante pero no errada
que pasea sobre la tierra, el éxodo que condujo Moisés, los cristianos que
viven en medio de las dificultades del camino, que sufren el silencio, el
rechazo y la hostilidad, la infidelidad y el escándalo de los que la minan
desde dentro, y el encono y el odio de los adversarios que la combaten desde
fuera. A pesar de unos y de otros, los peregrinos siguen caminando.
En
la mano confiada del niño descubrimos al discípulo que toma el relevo, el
catecúmeno que se deja llevar por el maestro. Ambos, instructor y aprendiz,
están unidos por la doctrina revelada.
Padre e hijo
son personajes anónimos. No representan a nadie en concreto y nos identifica a
todos en general. A propósito, el fotógrafo los ha captado de espaldas al
objetivo, y ello acentúa la sensación de movimiento. Vemos que el adulto viste
unos pantalones vaqueros. Si la instantánea hubiese sido captada dos mil años
atrás, el hombre vestiría una túnica y calzaría sandalias. Un milenio más tarde
estaría cubierto por una armadura o un pechero medieval. Es otro signo de la
intemporalidad del creyente de todos los tiempos, la barca de Pedro que resiste
a todas las tempestades y que sobrevive incluso a las modas. Atrás quedaron
imperios formidables y fueron derrotados ejércitos feroces, pero la
desvencijada barcaza de la Iglesia ha resistido al naufragio que hizo sobre zozobrar
a muchos otros colosales trasatlánticos.
La mano del
padre sujeta al crío con fuerza pero con ternura. Vemos el brazo firme del
guía, su espíritu decidido, el que va siempre un paso por delante para apartar
la maleza de los senderos, o el que está dispuesto siempre a ser el primero en
caer en las emboscadas del camino o a recibir el primer golpe. Es un lazo que aprieta sin doler, una atadura
de confianza más poderosa que una esclavitud impuesta. Es la mano del maestro
exigente y del testigo ejemplar.
Por último
está la cruz. El símbolo que llena toda la escena, el objeto que da armonía y
propósito a toda la composición. Es un grito mudo que nos empuja a acercarnos a
ella. Al estar en un plano alto del encuadre, nos produce la sensación de ver
al hombre y al niño verse atraídos por ella como por una llamada que es
imposible de eludir, yendo hacia allí, no en línea recta, sino debiendo
ascender una montaña. La cruz se presenta como el horizonte y fin último de la
meta. Siempre al alcance de la yema de los dedos y siempre tan distante como si
acabáramos de iniciar el camino. Porque lo que se mueve no es la cruz, sino
nosotros, y somos nosotros los que vamos a su encuentro o lo evitamos.
. COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
ResponderEliminarEN LA CONDUCCION DIARIA
Cada señalización luminosa es un acto de conciencia
Ejemplo:
Ceder el paso a un peatón.
Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.
Poner un intermitente
Cada vez que cedes el paso a un peatón
o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.
Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.
Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.
Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años