miércoles, 5 de enero de 2011

Si te acuerdas de que tu Hermano...

En España, la población protestante es tan pequeña que roza casi lo insignificante. Los estudios demoscópicos dicen que, aparte de los no creyentes, los que profesan una fe distinta a la católica no pasan del dos por ciento. Y en ese número más de la mitad son musulmanes y hay entre ellos también un buen puñado de Testigos de Jehová. Hay seguro más adoradores de de la Nueva Era, asiduos de brujas, videntes y curanderos que seguidores de Lutero. Por eso quizá a los españoles nos pilla todas las polémicas que nuestros hermanos latinos mantienen con las sectas evangélicas como algo lejano y extraño. El católico español prefiere dejar de ser practicante o unirse al ejército de los agnósticos que convertirse en protestante. Preferimos la apostasía antes que la traición, y, en la mentalidad española, convertirse en evangelista no sólo es enfrentarse a la Iglesia, sino también pisotear la fe de nuestros antepasados, ultrajar a nuestros padres y abuelos, poner muros con nuestros hermanos de sangre y sellar un pacto siniestro con todo lo tabú, con todo lo prohibido.

En la ciudad donde vivo hay unos quinientos mil habitantes. Si tuviera que localizar algún templo protestante me costaría encontrarlo. Hace años se abrió uno en un antiguo cine que cerró al poco tiempo, luego inauguraron otro donde hoy se levanta un supermercado; recuerdo un tercero que a los pocos meses cerró y hoy puede ser una barbería o un quiosco de prensa. Casi todos los feligreses eran inmigrantes que habían llegado a España con las oleadas del boom económico. Si se marchaba el pastor o ministro, la iglesia cerraba las puertas y volvía a fundarse donde el pastor ubicaba el nuevo domicilio. Es como una especie de iglesia portátil que va cambiando de escenario como las maletas de un viajante.

No me gusta hablar de las protestantes, y creo que a los católicos tampoco. Las únicas veces que los nombramos en nuestras parroquias es para pedir por la unión de todos los cristianos. Sin embargo, los hermanos separados una y otra vez se acuerdan de nosotros y nunca para bien. Ese anticatolicismo es la única doctrina fundamental que une a las más de treinta mil sectas protestantes que existen. Unos aceptan dos sacramentos, otros tres, muchos ninguno. Otros están de acuerdo con el aborto y la eutanasia, otros lo condenan radicalmente; algunos apremian al bautismo de los niños, otros lo consideran una aberración. Se dicen inspirados por el Espíritu Santo todos ellos, por lo que los protestantes deben de creer en más de treinta mil espíritus santos. Pero la calumnia y el proselitismo contra lo católico se han convertido en el único aire que respiran.

Para combatir la fe de estos otros cristianos podría acudir a muchos apologetas católicos, o citar a los padres de la iglesia y sus obras donde todo resuma catolicismo. Podría citar tantas citas evangélicas donde contradice tantas de esas creencias, podría apelar a la historia y preguntarles por qué durante mil quinientos años Jesús, según los hijos de Lutero, mintió cuando dijo que estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos. Fíjense que no dijo algunos días, ni muchos días, ni siquiera la mayoría de los días. No dijo de jueves a domingo, ni los días impares. Dijo todos los días y puso como término el fin de los tiempos. Y además no puso condiciones: no dijo: estaré con vosotros si sois santos, si no pecáis, porque Cristo conoce la naturaleza débil del ser humano. Le fallaron muchas veces los mismos que caminaron con Él por Galilea y Jerusalén, los que le vieron detener las tormentas y caminar sobre las aguas. No podía esperar la santidad de tantos cientos de millones de católicos que le seguirían después si cuando eran tan pocos como para caber malamente en una barca uno le traicionó, otro le negó y la mayoría la abandonaron en la hora de la prueba. Pero a pesar de ello, Jesús prometió no abandonarnos nunca, a pesar del pecado y de los errores. Cristo nunca miente, y Nuestro Señor fundó una iglesia, sobre la roca de Pedro, a la que asistiría todos los días hasta el fin de los tiempos. ¿En nombre de quién se atrevieron Lutero, Calvino y tantos otros a proclamar que Jesús o, bien mintió, o bien se equivocó cuando prometió esta asistencia todos los días hasta el fin?

Sin embargo, si tuviera que elegir una sola cita para desacreditar, para hacer una enmienda a la totalidad al evangelismo, es en el Evangelio de San Mateo, capítulo 5,23-24:

Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.

Cuando los hermanos separados comiencen a tratarnos a los católicos como nosotros les tratamos a ellos, como hermanos, y no llenen templos, foros, oídos y corazones de tanta gente con el veneno de Satanás esparciendo infundios, ultrajando y calumniando a la Iglesia que salió del Evangelio, la que compiló los libros sagrados, las conservó durante siglos a veces con la sangre de los mártires, y la mantuvo a lo largo de los siglos, entonces, digo, empezaríamos a pensar que esos hermanos separados están un poco más lejos de sus errores y un poco más cerca de Dios.