sábado, 9 de octubre de 2010

Entre el Cielo y María Vallejo-Nágera


Reconozco que me ha costado mucho escribir este post. Por María Vallejo siento una doble simpatía: por un lado está la alegría que se siente en el cielo por un pecador que se arrepiente, y me hubiese gustado estar en la fiesta que se organizó allá arriba cuando la Vallejo-Nágera dejó los caminos del agnosticismo y volvió su rostro a Dios. También contribuí con mi oración a que se tropezara con Jesús. Cada día que yo rezaba por la conversión de los pecadores compraba para ella un boleto en la lotería de los arrepentidos. Hasta que le cayó el premio gordo.

Por otro lado está la satisfacción de saber que una escritora católica es capaz de vender libros. Y María ha vendido muchos; sus títulos se reeditan constantemente y las grandes editoriales se la disputan. En un mundo éste en que lo católico es presentado como el monstruo de las siete cabezas, el que uno de los nuestros está en la cresta de la ola debe hacernos sentir orgullosos.

Los escrúpulos me entran cuando me paro a analizar su obra. En Un Mensajero en la Noche nos cuenta la extraordinaria experiencia de un mafioso que recibió la visita de un ángel mientras estaba en la cárcel. El hecho en sí no daba sino para ocupar tres o cuatro folios a doble espacio y por una sola cara, pero María tenía que completar un libro. Desde la carátula de la obra se nos dice que se está contado un hecho verídico, que la autora conoció y entrevistó al protagonista. Otro narrador más dotado habría indagado a fondo en la vida del protagonista, habría hablado a cuantos le conocieron, hubiese descendido a los infiernos de los bajos fondos, habría retratado los perfiles brumosos de los lupanares de Inglaterra, y, por supuesto, no habría cometido el gravísimo error de presentar un hecho cierto escrito como una novela. No se puede construir una ermita sobre un plano de un chalet. Porque al final el lector despistado no sabe distinguir donde empieza la realidad y donde acaba la ficción. No voy a perder nada más que cuatro líneas para decir que los protagonistas con los que arranca la historia –una periodista y su novio- y que ocupan buena parte del libro, es una de las mayores muestras de lo que es una mala narración. Personajes de cartón piedra, diálogos insufribles, cabos sueltos que nunca se atan.

Entre el Cielo y la Tierra es otro libro malogradísimo. Soy un firme creyente del dogma del Purgatorio y estoy convencido de que el propósito que animó a la Vallejo-Nágera a escribir la obra fue una obra de misericordia con la Iglesia y la fe, pero nuevamente vuelve a coger una llave inglesa para arreglar un marcapasos. Y esta vez sí había materia para llenar, no un libro, sino un tratado con doce volúmenes. A lo largo de la historia del cristianismo han sido miles los testimonios recogidos por santos y cristianos de bien con historias de ánimas que se acercan a los vivos a pedir oraciones. Eso es lo mejor de Entre el Cielo y la Tierra, cuando la autora cita textualmente las experiencias relatadas por místicos y religiosos en su encuentro con las ánimas. Pero María lo hecha a perder cuando se refiere a estos encuentros como anécdotas o se refiera a las almas purgantes como fantasmas. Si lo hubiese llevado a teólogo de confianza no hubiese obtenido nunca el imprimatur del Obispo. Lo peor de todo pasa hacia la mitad del libro cuando se supone que estamos llegando a lo gordo del asunto y nos relata las experiencias de conocidos o lectores suyos que les hicieron llegar su experiencia religiosa con los difuntos.

Digo lo peor porque se entromete en los relatos, da un codazo a los personajes y toma ella la palabra para contarnos lo que vivieron otros, privándoles de su voz y haciéndoles hablar con un lenguaje postizo y untuoso. Todas las historias, siendo distintas, parecen la misma. No porque se repite la visita de las ánimas, sino porque el estilo, los tics, la estructura de los relatos, son idénticas. E inverosímiles. Narradores sudamericanos que se expresan como si fueran castellanos de Valladolid, camioneros como diplomáticos. La guinda viene cuando al final de cada relato, María toma el papel de Elena Francis y da consejos sobre los rezos y la forma con que debe comportarse ante estos acontecimientos. Lo peor de todo es que a la autora le han colado billetes falsos y no se enteró. Cuenta historias de almas que golpean y agraden a los inquilinos de las casas. Si se hubiese leído el Catecismo habría caído en la cuenta de que, después de muerto, el alma ya no peca, y esas apariciones que aporrean y escupen a la gente podrán ser criaturas de otro mundo, pero no están ni en el cielo ni en el purgatorio.